La palabra y el honor: respuesta a Rafael Antúnez

pyhantigua.jpgJaime G. Velázquez remitió una misiva a este blog en días pasados, derivado de la lectura del artículo sobre la nueva época de La Palabra y el Hombre, de Rafael Antúnez. En la misma, señala a Antúnez, a su juicio, ciertos aspectos olvidados por el autor de La isla de madera, los cuales vuelven incompleta la nota del también ensayista y traductor. El derecho de réplica es ahora de autor porteño.

Los puestos de periódicos están llenos de revistas y en algunos también venden libros (caso: Bolívar esquina Flores Magón y Juan de Dios Peza, en el Puerto de Veracruz). Leer revistas de pie en Sanborns o Vips es cansado. Así, la peluquería es la salvación de muchos lectores, aunque los mejores lugares son los consultorios médicos porque hay menos ruido, tienen sillones adecuados y se corre el delicioso peligro de ser interrogado por una recepcionista aturdida por las telenovelas y amenazado con una cirugía ambulatoria. Algunos cafés ya se dieron cuenta de esto y han agregado revisteros en sus locales (caso: Martí, cerca de España; parece que en Veracruz se está inaugurando un café cada tercer día).
Para que la mesa del peluquero sea útil, en cuanto al surtido actualizado de revistas, uno necesita volverse consejero: qué comprar y qué no, sin que se enteren los clientes acostumbrados a otro tipo de revistas, más ligeras, ya que pueden sentirse maltratados. La ganancia del peluquero no es tener como clientes vitalicios a unos pocos extraños que no le hacemos caso al fútbol por televisión, que él ve con mucho gusto, sino darse el lujo de tener clientes señuelos, para que entren más greñudos en tanto él los actualiza, contándoles lo que ha pasado con uno u otro equipo.
Aún así, en la peluquería adonde voy logré que prohibieran la revista Letras Libres desde que conté pasajes selectos de la vida del dueño de esa revista, últimamente aderezados con chismes de empleados que fueron despedidos porque le robaban al descuidado patrón. Desde el entierro de la revista Vuelta, encabezado por la viuda del poeta Paz y del subdirector que se había vuelto socio mayoritario, no sé cuántos años han pasado. Desde entonces sí que he visto pocos ejemplares de esa revista. Los últimos me los regalaron, por cierto, en la librería Colorines, en Xalapa. Debo haberlos puesto en algún lugar, sin hojearlos, claro. Me dan pena ajena los colaboradores inocentes que ignoran en qué punto exacto de la derecha política se ubica el patrón.
publico.jpgSin embargo, cuando leí el artículo de Rafael Antúnez que celebra los 50 años de la revista de la Universidad Veracruzana, La Palabra y el Hombre, donde se ensaña con un exdirector y con el primer número de otra nueva época de la revista, pensé que debí haberle puesto más atención a lo que me decía Jorge Brash en Coatepec, cuando corrían los días de la más reciente Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) de la UV en Xalapa, a fines de septiembre, instalada cerca, en el Museo del Transporte. Pero Brash apuntó los datos de mi correo electrónico y se olvidó de escribirme: se trata del penúltimo director de La Palabra y el Hombre, quien no estuvo en la ceremonia con el rector de la UV y los ilustres grandes nombres de la cultura veracruzana, desde Emilio Carballido, en silla de ruedas, hasta José Luis Rivas, con dos hijos, pasando por un exrector, Ramón Rodríguez, Dagoberto Guillaumín, Raúl Hernández Viveros, la viuda de Sergio Galindo, un sobrino de Juan Vicente Melo… En fin, más gente de la que puedo recordar por sus nombres. Y es que, repito, se trataba de una gran celebración, los 50 años de una revista que he disfrutado mucho en mi peluquería de siempre.
¿Y qué hizo Rafael Antúnez, mi amigo? Quejarse del nuevo diseño (“Horror, copia de Letras libres!”, dijo iracundo). Antúnez se mostró entonces como un nostálgico, indeciso por cierto, de épocas pasadas de la revista de la UV, de cuando se parecía o “copió” a otras revistas como Revista de Occidente, Cuadernos Americanos, Casa de las Américas. ¿Y no es eso parte del espíritu de la época, dejarse llevar por lo que se ha visto recientemente, como cualquier fabricante de ropa lo hace cada cinco años? Quizás el diseño de revistas en este país va a la zaga de lo que se hace en otros países, pero ¿no hemos estado atrasados en general en nuestra vida como país desde hace dos siglos? Lo feo es que lo note Antúnez, que debe ser lector de una revista que no debería existir.
Sin pensarlo dos veces, Antúnez se lleva de corbata, tranquilamente, a David Medina, el diseñador, y también a un comité consultivo (Pepe Maya, Héctor Vicario y otras quince personas), un comité editorial (doce personas), un consejo de redacción (dos personas), un secretario técnico, un editor responsable y una directora. Recuerdo años en que el diseño de la revista de la UV fue de verdad horrible, pero volverse crítico del pasado no paga.
Y cuando Antúnez pasa a examinar los “contenidos”, su queja sube de tono: la publicación renovada en su diseño presenta “una expresión de carácter institucional, autocomplaciente y limitada, y, por tanto, desdeñosa de la crítica”. Aquí sospecha uno que Antúnez tiene un secreto para no ser institucional, autocomplaciente, limitado y desdeñoso. Pero no, porque sus ejemplos de “fallas” son desatinados. Por ejemplo, se incomoda porque aparecen “dos grandes defensores” de Fidel Castro, Ernesto Cardenal y Roberto Fernández Retamar. Por lo que vale oír el segundo tiempo del partido que resuena allí arriba, pegado al techo, que miran los exgreñudos con riesgo de salir con tortícolis.
La visita del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal a Veracruz está relacionada con la publicación del primer tomo de su Poesía completa (agosto, 2007), cuya portada, que me parece espléndida, es obra del ya mencionado David Medina sobre un cuadro de Rodolfo Arellano; la presentación está firmada por José Luis Rivas y la edición estuvo al cuidado de Nina Crangle. Supongo que esto vuelve culpable a la Directora General de la Editorial de la UV, Celia del Palacio.
No sé en Xalapa, pero en Veracruz fue muy bien recibido el poeta (por el público y por otro poeta, Ignacio García, uno de nuestros campeones locales). ¿Cómo podía entonces evitarse la inclusión del magnífico ensayo de Cardenal, “Para entender mejor el Güegüense”? En otro momento podría detenerme en el elogio de un libro magnífico de Cardenal, En Cuba (Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1972), que quizás algunos buenos lectores han olvidado o desconocen, que incluye una visita a la casa de José Lezama Lima, donde tuvo una charla muy interesante con él, muy crítica. Cardenal, como “gran defensor” de Castro, no lo parece en ese libro. Cardenal, como autor incluido entre los libros de la UV, debería enorgullecernos a todos. En cuanto a Fernández Retamar, el gran especialista en José Martí, desgastado, ya demasiado visto, aparece publicado frente a otro cubano, José Kozer, que dejó La Habana para irse a Nueva York en 1960, lo que sin duda equilibra este caso.
Hay además autores de España y Polonia, una narradora jarocha que ahora vive y publica en el DF (El horror en el cine y la literatura (2004), Sin clemencia, los crímenes que conmocionaron a México (2007) y otros libros), Norma Lazo (estudió Psicología en la UV, nacida en los años sesenta), un famoso Eduardo Matos Moctezuma que escribe especialmente sobre Clavijero, Del Paso y Aguirre Beltrán. En cuanto a autores de la UV, “lo institucional” que molesta a Antúnez, encontramos a dos miembros del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Alberto Olvera y Rosío Córdova Plaza, a una directora del Área Académica de Artes, al Director de la Facultad de Teatro. Y en la zona de noticias, hay artículos de Aláin Derbez, Raciel Martínez, Germán Martínez Aceves y Rafael Toriz, así como un texto (algo más de lo cual culparla) de la directora de la revista, Celia del Palacio. En la parte central hay un dossier sobre Fernando Vilchis, acompañado por una semblanza, fotos y reproducciones a color de sus cuadros, fotografiados por su hija, Mariana Vilchis.
Me queda por comentar la aparición dos veces en el texto de Antúnez de una palabra: crítica. En una frase, dice “desdeñosa crítica”; en otra, “dando paso a la crítica”. Ésta es una palabra que me quita el sueño, es a la que le he dedicado muchos años de mi vida, por la que perdí millones de cabellos en el sillón del peluquero. Ninguna revista puede ser “desdeñosa” de la crítica porque todas dan paso a la crítica. Todo texto es un producto crítico y se enfrenta a lectores que ejercen de diferentes modos la crítica. Por ejemplo, en un poema de Kozer, los versos: “el pie al umbral, piedra porosa; / la postura del arquero, porosa” (p. 4), no le dirán nada a quien lea como si estuviera oyendo una canción de Ricky Martin en el sonido del estadio y como sea dirá una opinión crítica: “no me gusta” o “no entiendo”. Por último, el comentario de Antúnez no habría sido posible sin la revista que lo suscitó, igual que mi propio texto sin el de Antúnez. Lo difícil es hacer que incluso la política entregue su falso misterio para que sea la claridad la que se instaure, y se lea. Es lo que Antúnez se reservó.
Critico, en fin, tres ideas de Antúnez: pagar por las colaboraciones puede o no garantizar “decoro”, y yo no sé si se le pagó o no a Kozer y los demás; opino lo mismo respecto a tener conocimiento “del acontecer internacional”: Con Internet puede ser que estemos saturados de lo que pasa en todos lados sin que “nos pase” nada como haber descubierto, una vez al siglo, una novela como Paradiso; y en cuanto al “trampolín” (“que tal o cual profesor cobre tres o cuatro pilones más a final del año”), entiendo que se refiere a prácticas posibles al interior de cualquier universidad. Pero le recuerdo a Antúnez que eso está consagrado en todo el mundo, que el requisito de publicar implica una obligación aceptada, incluso para los altos socios de El Colegio Nacional. Decirle trampolín a las conferencias magistrales de profesores eméritos es no entender nuestro mundo: una cosa trae otra, si al final de la conferencia alguien se acerca y lo invita a repetirla en China, con todos los gastos pagados, eso no convierte a nadie en clavadista.

Jaime G. Velázquez

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